Nos alejamos de aquel paisaje lunar formado, dicen, por más de cinco mil estructuras rocosas que internamente están separadas por “calles” en donde hay que tener cuidado de no alejarse demasiado porque luego podría ser difícil orientarse; además, el sol pega fuerte y sombra, …no hay. Marchamos hacia donde se extraía el talco abrasivo que era comercializado con la marca Puloi, presente en la memoria de cualquier cuarentón. Todavía estaban unas bolsas llenas por lo que recogimos un poco para traerles a los abuelos. Como el tráfico en esa región no era un peligro (muchas veces hemos andado cientos de kilómetros sin cruzar a nadie), Noelia tuvo oportunidad de conducir y yo de agradecerle a los dioses por sobrevivir a ello.
Marchando hacia el Carachipampa, Miguel Ángel tuvo una visión
reveladora, descubrió que el cono del volcán no se presentaba a la
vista oscuro porque las nubes así lo determinaban. Percibió que el cielo
estaba totalmente límpido, que el cono del volcán era negro porque el
basalto que lo cubría era negro (el tipo de explosión fue totalmente
distinto al del Cerro Blanco o el del Robledo, formadores del Campo de
Piedra Pómez).
Pasamos a visitar a unos amigos de Rolando que viven al pié del volcán, donde hay una vega en donde llevan a sus animales. Sacan el agua para beber de un pozo bien cuidado y del cual no supieron decirme desde cuándo estaba hecho. Esta familia, que vive allí sin desesperarse por estar lejos de la parada de colectivos, estación o subte, prácticamente no conversa, no tiene el hábito, quizás por las pocas visitan que reciben o hacen. Una señora sólo conocía como poblado, a El Peñón. Son sus propios médicos, las hiervas medicinales, sus conocimientos sobre ellas, son sus aliadas. Así como el viento y la soledad, son sus fieles compañías.

Luego, apareció ante nuestra vista, la esperada laguna, los totorales, aves acuáticas como la gallareta gigante (Fulica gigantea), la gallareta cornuda (Fulica cornuta) y la avoceta andina (Recurvirostra andina), y los hermosos flamencos.

Al Oeste teníamos la sierra de Calalaste, y teníamos que superarla para llegar a una belleza todavía de muy difícil acceso: el Salar de Antofalla. Comenzar a conocer la Puna significa comprender las variables de la altura, desiertos, un clima muy seco y temperaturas que varían en más de 20 grados (en invierno con -5 grados de noche y una máxima de 20 de día); sin contar que sus noches son de intenso silencio.
Las depresiones tectónicas, otrora cuencas marinas, están cubiertas por densas capas de sal que hoy se encuentran solidificadas y ocupan cientos de kilómetros. El Salar de Antofalla es el más extenso del mundo, con 163 kilómetros de largo por 12 de ancho, a 65 km de Antofagasta de la Sierra y a 3.500 msnm.

Fantasmas de Incahuasi, allí vamos.
Que lugar más bonito, me gusto mucho & sin duda que a ustedes igual
ResponderEliminarEstuve viendo todas las fotos y estan increibles muy buenas.
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