martes, 7 de febrero de 2012

Los Negros de la Laguna

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Nos alejamos de aquel paisaje lunar formado, dicen, por más de cinco mil estructuras rocosas que internamente están separadas por “calles” en donde hay que tener cuidado de no alejarse demasiado porque luego podría ser difícil orientarse; además, el sol pega fuerte y sombra, …no hay. Marchamos hacia donde se extraía el talco abrasivo que era comercializado con la marca Puloi, presente en la memoria de cualquier cuarentón. Todavía estaban unas bolsas llenas por lo que recogimos un poco para traerles a los abuelos. Como el tráfico en esa región  no era un peligro (muchas veces hemos andado cientos de kilómetros sin cruzar a nadie), Noelia tuvo oportunidad de conducir y yo de agradecerle a los dioses por sobrevivir a ello.
Tuvimos que descender una trepada arenosa que ahora medíamos en su plenitud, ya que parecía que la camioneta no se podría sostener por el ángulo tan pronunciado de la pendiente. Fruncimos un poco, es verdad, pero también nos divertimos a pleno. Volveríamos a tener esta aventura, pero de noche (lo contaré en próxima entrada).
Marchando hacia el Carachipampa, Miguel Ángel tuvo una visión reveladora, descubrió que el cono del volcán no se presentaba a la vista oscuro porque las nubes así lo determinaban. Percibió que el cielo estaba totalmente límpido, que el cono del volcán era negro porque el basalto que lo cubría era negro (el tipo de explosión fue totalmente distinto al del Cerro Blanco o el del Robledo, formadores del Campo de Piedra Pómez).

Pasamos a visitar a unos amigos de Rolando que viven al pié del volcán, donde hay una vega en donde llevan a sus animales. Sacan el agua para beber de un pozo bien cuidado y del cual no supieron decirme desde cuándo estaba hecho. Esta familia, que vive allí sin desesperarse por estar lejos de la parada de colectivos, estación o subte, prácticamente no conversa, no tiene el hábito, quizás por las pocas visitan que reciben o hacen. Una señora sólo conocía como poblado, a El Peñón. Son sus propios médicos, las hiervas medicinales, sus conocimientos sobre ellas, son sus aliadas. Así como el viento y la soledad, son sus fieles compañías.


Se puede escalar hasta el cráter del volcán Carachipampa, y observar las aves acuáticas que habitan su laguna, pero no lo hicimos. Seguimos hasta Antofagasta bajando por el camino que otrora sólo transitaban mulas para llevar sal y lana a Fiambalá o Tinogasta. Es un paisaje de suelos lisos, con la uniformidad gris del pedregal, donde emergen volcanes como negros cerros truncos. Hay casi una decena de ellos antes de llegar a la villa. El Alumbreras contiene al “Pucará de la Alumbrera”, cuyas estructuras fueron construidas con los materiales del lugar, por lo que se mimetiza con el paisaje, y es uno del par de volcanes conocido como Los Negros de la Laguna. Parece haber sido muy activo y muestra un torrente de lava negra petrificada que atravesaba el camino y forma paredes de unos 10 m de altura.
Luego, apareció ante nuestra vista, la esperada laguna, los totorales, aves acuáticas como la gallareta gigante (Fulica gigantea), la gallareta cornuda (Fulica cornuta) y la avoceta andina (Recurvirostra andina), y los hermosos flamencos.
Un volcán que hubiera valido la pena escalar es el Antofagasta, o tal vez, el volcán negro, de 3.600 metros de alto. El pueblo de Antofagasta de la Sierra es la siguiente parada obligada para abastecernos de combustible. Hay que tener en cuenta que no siempre tienen, y que a veces hay que comprarles a los vecinos (depende de la crecida de los ríos). En el km 260 se cruza el río Punilla, que trae alivio a la sedienta Antofagasta de la Sierra, cuyo nombre significa Casa del Sol. Quizás al regreso podríamos pasar por lo de Eloísa, de quien se dice que hace unas empanadas caseras imperdibles.
Tras superar la última casa sobre el camino, en ADLS, emprendimos unos de los viaje más desolados. Kilómetros sin cruzar a humanos y cuando creíamos que estábamos por caernos del mundo, aparecían humedales poblados de tropillas de vicuña (Vicugna - vicugna), guanacos (Lama g. Guanicoe), y las infaltable, infatigales y juguetonas llamas (Lama glama),como es la característica de la subregión Andino Patagónica, distrito Andino. La falta casi absoluta de pluviosidad determinan un tapiz vegetal que corresponde a la "provincia de Puna": estepa arbustiva, estepa herbácea con asociaciones compuestas por añagua, lejía y tola (Parastrephia lepidophilla), añagua y rica–rica, iros, muña–muña, vira–vira, chachacoma entre otros. Nos encontramos con un paraje hemoso, en donde tranquilamente pastaban caballos, y dos vacas. En algunas zonas se trata de suelos sin cobertura vegetal, solo piedras y arenas (no pudimos dejar de recordar a Don Ata, asi como al querido Chango Nieto).

 Al Oeste teníamos la sierra de Calalaste, y teníamos que superarla para llegar a una belleza todavía de muy difícil acceso: el Salar de Antofalla. Comenzar a conocer la Puna significa comprender las variables de la altura, desiertos, un clima muy seco y temperaturas que varían en más de 20 grados (en invierno con -5 grados de noche y una máxima de 20 de día); sin contar que sus noches son de intenso silencio.  Las depresiones tectónicas, otrora cuencas marinas, están cubiertas por densas capas de sal que hoy se encuentran solidificadas y ocupan cientos de kilómetros. El Salar de Antofalla es el más extenso del mundo, con 163 kilómetros de largo por 12 de ancho, a 65 km de Antofagasta de la Sierra y a 3.500 msnm.
Fantasmas de Incahuasi, allí vamos.

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